Lisboa fue un destino maravilloso para el coro y una barrera psicológica que finalmente pudimos superar. Tras la decepción que supuso que se truncara nuestro proyecto de ir a Praga, cruzar la frontera de nuestro país, aunque fuera para un destino tan próximo, nos dió bríos y nos aportó una experiencia magnífica, tanto a nivel personal como para afrontar futuros retos. Fue, además, un colofón especial para una generación de coralistas, aquellos pioneros con los que empezamos nuestra singladura, puesto que fueron muchos los que, después de ese curso, tuvieron que abandonar el coro. Siempre recordaremos que viajamos por tierra, mar y aire para actuar en el Instituto Español.

Un momento de la actuación en Lisboa

El concierto fue en un escenario tan controvertido como es un gimnasio. Eso si, gimnasio con un llenazo de escolares agitados que, para nuestra sorpresa, nos recibieron con unas maneras casi propias de eventos deportivos. Tras el recital, se dio un momento de encuentro entre los alumnos del colegio y los miembros del coro (como el de Pablo Rivero, de la cuerda de bajos, con Pablo Ribeiro, alumno luso). Posteriormente, pudimos dar un paseo por las magníficas instalaciones del colegio, que terminaría en la cantina, donde nos invitaron a comer a todos y cada uno de los miembros del coro.

Belem, la torre de Belem


Salimos de allí, comidos y agradecidos, en dirección al estuario del Tajo para visitar el monasterio de San jerónimo, la Torre de Belèn, el monumento a los descubridores. Nos atrevimos, aún, a entonar un par de canciones, tímidamente, en el monasterio de Los Jerónimos. Para el final de la tarde, ascendimos a lo mas alto de la ciudad en un pintoresco tranvía, para al mirador de Santa Justa. Tras la visita nocturna al Chiado y Bairro Alto, deshicimos lo andado para volver a nuestro hospedaje.

Parte del grupúsculo insurgente que cantó en el monasterio de S. Jerónimo, justo en el lugar del crímen

El albergue, magnífico en su construcción y en su ubicación en Almada, al otro lado del Tajo. Maravillosas vistas frente al río. Nuestro último día en tierras portuguesas comenzó con un viaje en bus, cruzando el puente que veíamos desde nuestros balcones, para ir a dar a parar a la plaza del Rocío, desde la que cogimos de nuevo un tranvía que nos dejó en el palacio de San Jorge. Visitamos el barrio de Alfama y llegamos al mirador de Santa Lucía, desde donde pudimos observar una estupenda panorámica de Lisboa y el enorme y abrupto choque entre su casco antiguo y la parte mas recientemente construída. Fue ya por la tarde, después de comer, que accedimos al recinto de la Expo 98, donde pudimos montar en teleférico (quien quiso, aunque hubo quien se arrepintió), y visitar el pabellón oceanográfico y el pabellón de la ciencia. En el viaje venían con nosotros Marisa Primo y Javier Pascual que fueron unos compañeros estupendos en todo los momentos del día y de las noches. Javier, incluso, aprovechando la euforia reinante en el autobús de vuelta, tuvo a bien entonar un trozo de una canción que, según palabras suyas, usaban para camelar a las chicas al final de los guateques. Maravillosa Lisboa. Saludamos al nuevo siglo que comenzaba, pero fue el final de etapa para muchos coralistas de aquella primera formación pionera e inolvidable.

En el instituto español de Lisboa, en hispánica disposición



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