El año 2014
tocaba a su fin y decidimos repetir visita a Santo Domingo de la Calzada (donde cantó la
gallina después de asada) al célebre concurso de villancicos de la localidad.
No nos llevamos ningún premio de los que concedía el certamen, pero logramos algo
que resultó verdaderamente importante.
En el transcurso
del día nuestra directora Charo tuvo momento de hablar con Félix Moreno, padre
de uno de nuestros coralistas, que tenía una muy interesante propuesta que
hacernos: Nos propuso que ese mes de abril viajáramos hasta el País Vasco y
actuáramos en el Santuario de Urkiola.
El secretismo
inicial dio paso a los preparativos, y el 24 de abril, como hicimos en otras
muchas ocasiones, estuvimos en disposición de partir hacia nuestro destino. La
salida del instituto estaba prevista a las 10h y cumplimos escrupulosamente con
lo estipulado. Tuvimos ocasión, a lo largo del trayecto, ocasión de repasar lo sucedido
en el viaje a Granada del año anterior. Y hubo gran regocijo por ello.
Y desembarcamos en Vitoria, una ciudad muy hermosa y llena de zonas verdes. Nos adentramos en el
casco monumental, el museo de los faroles y, después de comer, en la catedral.
Allí nos esperaba en la puerta la meditabunda estatua dedicada al escritor Ken
Follet, que utilizó la susodicha catedral en sus textos. Está plenamente
justificado, como pudimos atestiguar una vez entramos, la repasamos hasta los
cimientos, y salimos. Superlativa construcción.
Llegamos al
albergue Aterpetxea Bilbao con el anuncio de que nos esperaba un ensayo que no prometía
ser precisamente breve. Y transcurrió una noche, tranquila, como todas las
primeras noches de cada viaje, antes de emprender rumbo hacia Urkiola.
Nos recibió el
imponente Santuario y la igualmente impresionante naturaleza que lo rodea.
Recorrimos los senderos del parque natural de Urkiola, desde el comienzo del
camino hasta los puntos más altos. Muy conveniente hacerlo para poder disfrutar
el entorno y su esplendor. Y no ya sólo por el deleite de la observación. Hacer
el camino es otra experiencia bien digna de ser vivida.
Nuestro
anfitrión, Félix Moreno, nos dedicó unas simpáticas y cariñosas palabras antes
de empezar la comida a la que nos invitaban, previa a la actuación, y a entrar
a conocer el santuario, un lugar lleno de energía, como nos contó su párroco,
que apuntó que el parque natural de Urkiola ya era un lugar sagrado antes
siquiera de que allí hubiera ningún tipo de templo.
El lugar era
ciertamente especial y con unas condiciones acústicas a las que había que
adaptarse, pero que una vez nos hicimos con el escenario, resultaba de lo más
agradecido. La sensación fue buena. Las interpretaciones, tanto de las
canciones como de los textos que las acompañaban, estuvieron al nivel necesario
para hacer de ese un concierto memorable y que quedaría como una ocasión muy
especial para nosotros los que estuvimos allí.
Tras la última
noche en la que aquel estupendo albergue nos dio cobijo, emprendimos la visita
a Bilbao. La ría (que cruzamos de un margen a otro en singular dispositivo),
las inmediaciones del Guggenhein, la campa de los ingleses, el teatro Arriaga…
Todos esos lugares vieron pasar a la comitiva del coro y a sus novatos
debidamente “estigmatizados” aunque sin más intención que pasar un rato
entretenido. Pero esta visita tuvo un final abrupto, tan inesperado como
indeseable, y es que la abundante lluvia que empezó a caer nos hizo volver a
montarnos en el autobús que nos devolvería a Valladolid mucho antes de lo que
esperábamos y muchísimo antes de lo que hubiéramos deseado.
Esperaba, eso sí, una vuelta a casa que normalmente acostumbramos a hacer divertida entre canciones a la guitarra, concursos varios, cosas preparadas y otras actividades improvisadas. Constantes que se repiten año tras año en los viajes del coro y que sin duda consiguen que cada uno de esos periplos se complete en medio de una tremenda alegría y un deseo fuerte de vivir la próxima experiencia similar. Y que no se acaben nunca esos viajes.
(Fotos de Álex Hernández Salgado)